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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Fin de ciclo (corto) en Ecuador



Por: Alfredo Serrano Mancilla

Ecuador es un ejemplo más de la incapacidad que tiene el neoliberalismo para brindar estabilidad política, social y económica. Y también lo es de cómo el FMI puede llegar a ser un “arma de destrucción masiva” en tiempo récord. Y más aún si el país fue previamente transformado con políticas progresistas bajo principios de soberanía. Como muchas veces nos precipitamos a creer, la ciudadanía no olvida tan velozmente. El ciclo progresista ecuatoriano, bajo la impronta del correísmo, no se terminó por ahora, a pesar del giro de 360 grados que ha pretendido imponer Lenín Moreno; quien, por cierto, vale la pena recordar que no fue electo para ello.

Precisamente este es uno de los puntos nodales en el que radica buena parte del dilema ecuatoriano. El Presidente ecuatoriano no ganó la cita electoral con un programa neoliberal, ni tampoco planteando la salida de la Unasur y la adhesión al Grupo de Lima, y mucho menos pactando con toda la vieja política. Obtuvo el respaldo en las urnas con una propuesta que traicionó desde el minuto uno de juego. Y es realmente ese hecho político el que le ha condicionado desde el principio.

Así, la figura presidencial se fue debilitando a gran velocidad, porque toda la ciudadanía sabía que no era el Presidente quién gobernaba, sino que esta responsabilidad era de otros. En una encuesta elaborada en marzo de este año por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) ya se constataba esta percepción tan generalizada. Ante la pregunta de quién gobierna en Ecuador, el 46% manifestaba que los grandes grupos económicos; el 27%, Estados Unidos y el 26%, el viejo político socialcristiano Jaime Nebot.

Un presidente que no gobierna acaba siendo rehén de otros y, en consecuencia, comienza a tomar decisiones en función del tironeo de intereses de actores que lo sostienen mientras se los satisfaga. Y ello tiene una contraparte inmediata: la figura presidencial se convierte en una autoridad ficticia que deriva en una institucionalidad frágil. Y, para colmo, el único intento de ganar legitimidad se hace con base en una crítica recurrente a la “pesada herencia”, mientras la gente en la calle piensa mayoritariamente en el presente.

De esta forma, era inevitable que Lenín Moreno se transformara en un presidente de usar y tirar, y cuya caducidad depende de dos factores. Uno, del sostén que le quieran dar ciertos poderes (internacional, mediático, judicial, militar y económico). Y dos, del momento en el que el cansancio y hartazgo de la gente explote con una medida determinada. Y este ha sido el caso: recorte de “subsidios” de la gasolina, al mismo tiempo que se otorgan “incentivos” a los grandes empresarios. Mejor dicho, y sin eufemismos: se eliminan las ayudas a la gente que lo necesita mientras se subsidia a las grandes corporaciones empresariales por la vía de exoneraciones tributarias.

Entonces, al decidir deliberadamente atentar contra el bienestar ciudadano, todas las chispas latentes saltan por los aires; la gente protesta y todo se tambalea. El clima hace meses, medido también por la Celag en marzo, era el siguiente: seis de cada 10 ecuatorianos tenían sensaciones negativas sobre la situación nacional (enojo, incertidumbre, miedo, resignación y sensación de caos). Con ese mar de fondo, y con la debilidad del Presidente, unido a una medida innecesaria impulsada por el FMI, el desenlace era el esperado. Un país al borde del precipicio con un Gobierno no acostumbrado a gobernar; al que se le nota demasiado su falta de práctica, y que lo único que hace es abusar de la fuerza en contra de las protestas. Estado de excepción, toque de queda, huida a Guayaquil del Mandatario, orden de prisión a opositores y límite a la libertad de prensa han sido algunas de las armas usadas para procurar “estabilizar” al país. Es decir, frenar la protesta y desalentar a los manifestantes, mientras permite que gobiernen aquellos que no fueron electos para tal menester.

Es imposible a partir de ahora saber qué sucederá. Pero si hay dos hechos inequívocos. Uno, Ecuador está en emergencia democrática, y la única forma de dirimir en política este tipo de situaciones es pedirle a la ciudadanía que vote, más aún cuando esto es permitido constitucionalmente a través del mecanismo de muerte cruzada (se disuelve todo: Ejecutivo y Legislativo, y se llama a elecciones). Y dos, puede que Lenín sortee transitoriamente este momento gracias al apoyo de sus soportes, pero ya no hay vuelta atrás: el acertijo solo está en la fecha cuándo se pondrá fin a su mandato. Y sea cuando sea el momento de decir “good bye Lenín”, sea ahora o, incluso, llegando hasta el final de su mandato, la competencia electoral en este próximo tiempo solo tiene dos alternativas: el correísmo o un país inestable.

Director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

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