Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Delfín Arias Vargas
El enfrentamiento electoral entre
dos visiones diametralmente opuestas adquiere candente actualidad y debate, en
razón del año electoral que viven cinco países de la región de aquí a octubre.
¿Será Bolivia el escenario donde se dilucidará el futuro de los procesos
progresistas en América Latina?
Durante este 2019, luego del
triunfo conservador del 3 de febrero en El Salvador, la batalla electoral entre
progresismo y neoliberalismo tendrá como escenarios a Panamá (5 de mayo),
Guatemala (19 de junio), Uruguay (27 de octubre), Argentina (27 de octubre) y
Bolivia, aún sin fecha definida, pero prevista también para octubre.
En aquellos países donde los
candidatos exponen posiciones progresistas y con tendencia a un triunfo
electoral ya se desató contra ellos la denominada guerra de cuarta generación,
comandada por los medios corporativos de desinformación, las redes sociales
afines y manipuladas por la derecha reaccionaria.
En un contexto regional en el que
habrán de contender las distintas fuerzas políticas del tablero electoral
latinoamericano, bajo flagrante injerencia de Estados Unidos para inclinar la
balanza a su favor, serán las elecciones bolivianas —por el liderazgo mundial
del presidente Evo Morales entre los pueblos que luchan por su soberanía y
libertad— las que sellarán el rumbo del progresismo en la región.
En varias ocasiones, Evo sostuvo
que la Revolución Democrática y Cultural que lidera está preparada para la
defensa de los procesos progresistas latinoamericanos frente a las agresiones
de grupos conservadores neoliberales y la injerencia de Estados Unidos en
asuntos que conciernen única y exclusivamente a los latinoamericanos.
Es en ese contexto político
regional que Estados Unidos y sus aliados están decididos a eliminar los
procesos progresistas en América Latina y tienen como primer objetivo a
Venezuela.
El progresismo es la doctrina
política, filosófica, social y económica cimentada en la defensa de los
derechos civiles de igualdad, libertad y justicia, que por convicción política
ejerce la defensa de la autodeterminación de los pueblos y la soberanía de los
Estados como eje en las relaciones internacionales.
El progresismo rechaza toda forma
de dominación y sometimiento, alienta la democracia participativa, promueve la
integración y la solidaridad entre las naciones que se reconocen como iguales y
actúa por el bien común, porque ser progresista es ser partidario de las
culturas populares que se oponen a la cultura dominante.
En tanto que el neoliberalismo
forma seres individualistas y solitarios, sin vínculos con su realidad ni con
la historia de sus pueblos transformados —muchas veces como por arte y magia de
los mercadólogos— en “mercancías” al servicio del establecimiento del orden
capitalista.
Esta cultura material basada en
la vida privada aislada y el consumo impulsivo de bienes materiales y servicios
producidos fue y es una cultura, un modo de vida orgánico al capitalismo. Éste
es el tipo de individuo que empezó a tener los rasgos de la mujer y el hombre
unidimensional y carente de sentido de solidaridad que visualizara Herbert Marcuse,
filósofo y sociólogo de la Escuela de Frankfurt.
Ya lo dijo Tito Villacreces, el
neoliberalismo como ideología y modelo de dominación en América Latina, en su
momento de esplendor en los años 90 del siglo pasado, aspiró a imponerse como
regulador, no tan sólo de la vida política, económica, social y cultural, sino
también de la vida cotidiana de las personas.
Acicateada por las apretadas
victorias electorales del neoliberalismo del 28 de octubre de 2018 en Brasil,
con Jair Bolsonaro, su expresión neofascista; del 17 de junio con Iván Duque,
en Colombia; y el golpe de Estado en marcha contra Venezuela, liderado por
Estados Unidos, la derecha boliviana y sus aliados transnacionales creen que
octubre es la ocasión para derrotar a Evo en las urnas.
Por eso minimizan la derrota del
neoliberalismo en México a manos de un candidato de izquierdas: Andrés Manuel
López Obrador, y no aceptan que si se cierra o no el ciclo progresista en
América Latina está aún por verse.
El periodista y sociólogo argentino
Pedro Brieger señala que no se puede hablar del fin de la etapa progresista en
América Latina. “Todavía hay una disputa importante que tiene nombre y
apellido: elecciones generales en Bolivia”, sostiene.
Además, los candidatos de la
derecha boliviana —Mesa y Ortiz— no sólo comparten un discurso común diseñado
en torno a la ‘defensa del 21F’, sino que no tienen nada nuevo que ofrecer al
pueblo.
Por eso apelan al fácil discurso
de la ‘defensa de la democracia’, mientras apoyan al golpista venezolano que se
autoproclamó presidente; por eso mienten, desinforman y manipulan, mientras sus
asesores extranjeros planifican cómo abolir las grandes conquistas sociales y
privatizar —otra vez— la riqueza de todos los bolivianos.
Por eso enarbolan como bandera
electoral la supuesta ‘lucha contra la corrupción’, mientras encubren y
apapachan a oscuros personajes como José María Leyes, en la Alcaldía de
Cochabamba, y Fabián Siñani, en La Paz, con graves indicios de corrupción.
En ese escenario se librará la
batalla electoral entre el progresismo que lucha por consolidar el desarrollo,
la independencia y la soberanía de Bolivia, y el neoliberalismo entreguista y
sumiso a los dictados del imperialismo. Entonces, el progresismo —como posición
política— tiene ante sí el enorme desafío de preservar la autodeterminación, la
soberanía y la independencia de los pueblos, y frenar la bestial arremetida del
imperialismo.
El desafío electoral de octubre
es preservar el ejercicio pleno de los derechos humanos, económicos, sociales,
culturales y ambientales del pueblo, en el marco de una macroeconomía
heterodoxa que genere trabajo, que sirva primero a la gente y no al mercado. El
desafío en las urnas es bloquear el retorno al pasado, a la economía ortodoxa
de libre mercado, individualista y estática del consumismo, de lo desechable,
de la obsolescencia programada y de las privatizaciones.
La historia nos puso en un
momento en el que miramos con enorme preocupación el futuro de Bolivia, y
prepararnos en lo inmediato es nuestra exigencia y compromiso, pues de ello
dependerá la vigencia o la aniquilación de la independencia y la soberanía de
la patria.
Comunicador social y periodista
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