Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
La grave crisis financiera y el horror económico que padecen
las sociedades europeas están haciendo olvidar que –como lo recordó, en
diciembre pasado, la Cumbre del clima de Durban, en Sudáfrica– el cambio
climático y la destrucción de la biodiversidad siguen siendo los principales
peligros que amenazan a la humanidad. Si no modificamos rápidamente el modelo
de producción dominante, impuesto por la globalización económica, alcanzaremos
el punto de no retorno a partir del cual la vida humana en el planeta dejará
poco a poco de ser soportable.
Hace unas semanas, la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) anunció el nacimiento del ser humano número siete mil millones, una niña
filipina llamada Dánica. En poco más de cincuenta años, el número de habitantes
de la Tierra se ha multiplicado por 3,5. Y la mayoría de ellos vive ahora en
ciudades. Por primera vez los campesinos son menos numerosos que los urbanos. Entre
tanto, los recursos del planeta no aumentan. Y surge una nueva preocupación
geopolítica: ¿qué pasará cuando se agrave la penuria de algunos recursos
naturales? Estamos descubriendo con estupefacción que nuestro “ancho mundo” es
finito...
En el curso de la última década, gracias al crecimiento
experimentado por varios países emergentes, el número de personas salidas de la
pobreza e incorporadas al consumo sobrepasa los ciento cincuenta millones...
(1) ¿Cómo no alegrarse de ello? No hay causa más justa en el mundo que el
combate contra la pobreza. Pero esto conlleva una gran responsabilidad para
todos. Porque esa perspectiva no es compatible con el modelo consumista
dominante.
Es obvio que nuestro planeta no dispone de recursos naturales
ni energéticos suficientes para que toda la población mundial los use sin
freno. Para que siete mil millones de personas consuman tanto como un europeo
medio se necesitarían los recursos de dos planetas Tierra. Y para que
consumieran como un estadounidense medio, los de tres planetas.
Desde el principio del siglo XX, por ejemplo, la población
mundial se ha multiplicado por cuatro. En ese mismo lapso de tiempo, el consumo
de carbón lo ha hecho por seis... El de cobre por veinticinco... De 1950 a hoy,
el consumo de metales en general se ha multiplicado por siete... El de
plásticos por dieciocho... El de aluminio por veinte... La ONU lleva tiempo
avisándonos de que estamos gastando “más del 30% de la capacidad de reposición”
de la biosfera terrestre. Moraleja: debemos ir pensando en adoptar y
generalizar estilos de vida mucho más frugales y menos derrochadores.
Este consejo parece de sentido común pero es evidente que no
se aplica a los mil millones de hambrientos crónicos del mundo, ni a los tres
mil millones de personas que viven en la pobreza. La bomba de la miseria
amenaza a la humanidad. La enorme brecha que separa a los ricos de los pobres
sigue siendo, a pesar de los progresos recientes, una de las características
principales del mundo actual (2).
Esta no es una afirmación abstracta. Tiene traducciones muy
concretas. Por ejemplo, en el tiempo de lectura de este artículo (diez
minutos), 10 mujeres van a fallecer en el mundo durante el parto; y 210
niños de menos de cinco años van a morir de dolencias fácilmente curables (de
ellos 100 por haber bebido agua de mala calidad). Estas personas no fallecen
por enfermedad. Mueren por ser pobres. La pobreza las mata. Mientras tanto, la
ayuda de los Estados ricos a los países en desarrollo ha disminuido, en los
últimos quince años, un 25%... Y en el mundo se siguen gastando unos 500.000
millones de euros al año en armamento...
Si en las próximas décadas tuviésemos que aumentar un 70% la
producción de alimentos para responder a la legítima demanda de una población
más numerosa, el impacto ecológico sería demoledor. Además, ese crecimiento ni
siquiera sería sostenible porque supondría mayor degradación de los suelos,
mayor desertificación, mayor escasez de agua dulce, mayor destrucción de la
biodiversidad... Sin hablar de la producción de gases de efecto invernadero y
sus graves consecuencias para el cambio climático.
A este respecto, conviene recordar que unos 1.500 millones de
seres humanos siguen usando energía fósil contaminante procedente de la
combustión de leña, carbón, gas o petróleo, principalmente en África, China y
la India. Apenas el 13% de la energía producida en el mundo es renovable y
limpia (hidráulica, eólica, solar, etc.). El resto es de origen nuclear y sobre
todo fósil, la más nefasta para el medio ambiente.
En este contexto, preocupa que los grandes países emergentes
adopten métodos de desarrollo depredadores, industrialistas y extractivistas,
imitando lo peor que hicieron y siguen haciendo los actuales Estados
desarrollados. Todo lo cual está produciendo una gravísima erosión de la
biodiversidad.
¿Qué es la biodiversidad? La totalidad de todas las
variedades de todo lo viviente. Estamos constatando una extinción masiva de
especies vegetales y animales. Una de las más brutales y rápidas que la Tierra
haya conocido. Cada año, desaparecen entre 17.000 y 100.000 especies vivas. Un
estudio reciente ha revelado que el 30% de las especies marinas está a punto de
extinguirse a causa de la sobrepesca y del cambio climático. Asimismo, una de
cada ocho especies de plantas se halla amenazada. Una quinta parte de todas las
especies vivas podría desaparecer de aquí a 2050.
Cuando se extingue una especie se modifica la cadena de lo
viviente y se cambia el curso de la historia natural. Lo cual constituye un
atentado contra la libertad de la naturaleza. Defender la biodiversidad es, por
consiguiente, defender la solidaridad objetiva entre todos los seres
vivos.
El ser humano y su modelo depredador de producción son las
principales causas de esta destrucción de la biodiversidad. En las últimas tres
décadas, los excesos de la globalización neoliberal han acelerado el fenómeno.
La globalización ha favorecido el surgimiento de un mundo
dominado por el horror económico, en el que los mercados financieros y las
grandes corporaciones privadas han restablecido la ley de la jungla, la ley del
más fuerte. Un mundo en el que la búsqueda de beneficios lo justifica todo.
Cualquiera que sea el coste para los seres humanos o para el medio ambiente. A
este respecto, la globalización favorece el saqueo del planeta. Muchas grandes
empresas toman por asalto la naturaleza con medios de destrucción desmesurados.
Y obtienen enormes ganancias contaminando, de modo totalmente irresponsable el
agua, el aire, los bosques, los ríos, el subsuelo, los océanos... Que son
bienes comunes de la humanidad.
¿Cómo poner freno a este saqueo de la Tierra? Las soluciones
existen. He aquí cuatro decisiones urgentes que se podrían tomar:
— Cambiar de modelo inspirándose en la “economía solidaria”.
Ésta crea cohesión social porque los beneficios no van sólo a unos cuantos sino
a todos. Es una economía que produce riqueza sin destruir el planeta, sin
explotar a los trabajadores, sin discriminar a las mujeres, sin ignorar las
leyes sociales.
— Poner freno a la globalización mediante un retorno a la
reglamentación que corrija la concepción perversa y nociva del libre comercio.
Hay que atreverse a restablecer una dosis de proteccionismo selectivo
(ecológico y social) para avanzar hacia la "desglobalización".
— Frenar el delirio de la especulación financiera que está
imponiendo sacrificios inaceptables a sociedades enteras, como lo vemos hoy en
Europa donde los mercados han tomado el poder. Es más urgente que nunca imponer
una tasa sobre las transacciones financieras para acabar con los excesos de la
especulación bursátil.
— Si queremos salvar el planeta, evitar el cambio climático y
defender a la humanidad, es urgente salir de la lógica del crecimiento
permanente que es inviable, y adoptar por fin la vía de un
"decrecimiento" razonable.
Con estas simples cuatro medidas, una luz de esperanza
aparecería por fin en el horizonte, y las sociedades empezarían a recobrar
confianza en el progreso. Pero ¿quién tendrá la voluntad política de
imponerlas?
NOTAS:
(1) Sólo en América Latina, como consecuencia de las
políticas de inclusión social implementadas por gobiernos progresistas en
Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y Uruguay,
cerca de ochenta millones de personas salieron de la pobreza.
(2) En el mundo, unos 100 millones de niños (sobre todo
niñas) no están escolarizados; 650 millones de personas no disponen de agua
potable; 850 millones son analfabetas; más de 2.000 millones no disponen de
alcantarillas, ni de retretes...; unos 3.000 millones viven (o sea se
alimentan, se alojan, se visten, se transportan, se cuidan, etc.) con menos de
dos euros diarios.
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